Esto escribí ayer:
Llegó a mi casa a las 7am, tocó el timbre y por el intercomunicador conversamos:
- Buenos días, quiere que levante la basura?
- Ya, cuánto cobra?
- 40 pesos.
- Por 30 me animo.
- mm... Ya! Ahorita vuelvo.
Fue a buscar a su carreta, y recogió todo. Cuando terminó me dijo "Ya está, tiene una escoba?". Le entregué la escoba y limpió la vereda. Cada mañana, Fernando, tempranito sale con su
caballo y su carreta a recoger a mano limpia los desechos de
construcción o de jardinería en las casas de barrios como el mío (clase media, y media-alta). Parece un niño de 12 años? Aunque su mirada y sus manos se asemejan a las de un joven adulto, su cuerpito y su voz lo delatan. Estaba apurado Fernando, ya casi era mediodía, y tenía que volver a su casa a comer y alistarse para ir al colegio.
Para los vecinos de Santa Cruz, la figura del recoge-basura en carretón, es "normal". ¿Qué lleva a que no veamos que la fuerza laboral de cientos de carritos siempre incluye a niños? y cuando vemos esto, ¿qué vemos? ¿Es correcto o incorrecto que un niño trabaje? Pretendo simplemente mostrar algo que está tan cerca, que "sinquererqueriendo" no lo vemos. Las oportunidades de trabajo para Fernando, ocurren en un mundo paralelo al de la escuela. El sistema educativo Boliviano en las ciudades, está repleto de niños como Fernando. El sistema productivo en las ciudades, está repleto de niños como Fernando. Entonces me pregunto, por qué escuelas y empresas, se excluyen y niegan mutuamente? Las escuelas no son templos del saber, aunque sí monopolizan las fuentes oficiales de aprendizaje de las futuras generaciones.
Ojalá (=oh Aláh, oh Dios!), generemos en los próximos 10 años una reforma sincera de la educación. Donde la producción y el ejercicio activo de la ciudadanía, sean fuentes sanas para la (re)construcción de la capacidad de las personas en Bolivia para crear espacios de libertad personal y espacios de responsabilidad por uno mismo y por los demás.
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